Arrodillados al borde del precipicio arrojamos piedras tratando en vano de alcanzar a las águilas que planean bajo nuestra vista. Pide un deseo, me dice el de mi izquierda, pide un deseo y tira la piedra lo más fuerte que puedas. Cierro los ojos, porque es así como se hace, pienso en mi deseo y lanzo la piedra hacia los pies de la montaña tan fuerte que el hombro se me queda dolorido. Pero olvido el dolor en cuanto veo caer a una de esas hermosas aves, que en pocos segundos acaba inerte en el fondo del precipicio.
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