La bala
He llevado quince años una bala en la cabeza y aquí me ven, sano como una manzana. Me casé con la bala en la cabeza, tuve dos hijos con la bala en la cabeza y me divorcié con la misma bala en la cabeza. Cuántas cosas he vivido desde aquel tiro, desde que el azar quiso que aquella bala se alojara en mi cabeza, ella, inquilina involuntaria, presa de mi cráneo; yo, casero sin beneficio, carcelero sin llave. Quince años. Y ahora la tengo en la mano, extraída hábilmente por un cirujano calvo de renombre, deformada, recién parida, sin llanto, y ya muerta. Si fuera un loco haría que me la volvieran a meter en el cuerpo, allí donde tanto tiempo ha descansado, en su casa, en mi cabeza dolorida, juntos para siempre. Si fuera un loco. El doctor dice que es normal. Es mucho tiempo. La bala ya formaba parte de mi, me dice. Yo eso ya lo sé pero me lo callo. Quince años. Y ahora cada día me guardo la bala en el bolsillo y rezo para que nunca se vaya de ahí.
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