Náusea

Al entrar en el vagón de metro sentí unas irrefrenables ganas de vomitar. Una vaharada infernalmente apestosa y lacerante se metió por mi nariz y casi me hace gritar de dolor, angustia y ganas de morir. En los ojos un picor pocilguero me hizo lagrimear. Con mucho esfuerzo conseguí entender en parte la escena que tenía ante mí. Diez personas sentadas en un extremo del vagón y un hombre solo en el otro extremo, por el que precisamente yo estaba entrando. El hombre era la causa de aquel olor nauseabundo, sin duda alguna. De pronto, la puerta se cerró tras de mí y quedé atrapado allí. Sin pensarlo dos veces, corrí hasta el otro lado donde suponía que aquel suplicio sería más llevadero. Al poco de llegar e intercambiar algunas miradas de incomprensión con los demás pasajeros me atreví a preguntar "¿pero es que nadie le dice nada?". Algunos negaron con la cabeza, otros ni me hicieron caso. Una mujer se aceró a mí y me aclaró todo a medio susurro, "es por su trabajo, ¿no lo reconoces?, es Pedro Duque, el astronauta".

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