El paseo
Nieto y abuelo caminaban por la orilla del mar, a la distancia justa para no tener que andar rehuyendo las olas. No había nadie en el agua y tan sólo un par de deportistas madrugadores se veían a lo lejos, corriendo por el paseo marítimo enlosado que servía de frontera entre la playa y la ciudad. El invierno estaba a punto de llegar oficialmente aunque las temperaturas bajo cero de los últimos días eran prueba más que suficiente de que el otoño se había rendido mucho antes de tiempo. El niño, cubierto cual esquimal, salvo los ojos y la enrojecida nariz, tras tirarle de la manga del anorak a su abuelo para llamar su atención y detener la marcha, rompió aquel gélido silencio. Abuelo, le dijo, ya sé que te encanta pasear por la playa conmigo y todo eso pero... ¿no sería posible que, dado que ya casi no siento las piernas por el frío y me cuesta mucho respirar, nos fuéramos a casa a sentarnos junto a la chimenea, quizá jugar una partida de cartas, ver la tele o algo? El abuelo se apoyó sobre la rodilla buena, cogió la cabeza del nieto entre las manos y le dijo, soltándole en la cara un chorro de aire helado, Nieto, cuando en la posguerra llegaba el invierno, mis hermanos y yo salíamos antes del amanecer para ir a traer agua y... Vale vale, abuelo, le interrumpió el niño, que trataba de disimular un gesto de terror infinito, venga, anda, déjalo y sigamos andando, ¿vale?
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1 comentario:
El niño morirá en ese paseo, lo sé.
Pero sin tener que escuchar las batallitas del abuelo.
Eso me consuela un poco.
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