la boda

por fin lo había conseguido. se iba a casar en una ceremonia que jamás olvidaría. llevaba tres meses preparándolo todo para que fuera el mejor momento de su vida y estaba convencida de que todo saldría bien. ¡qué momento, dios! su madre, claro está, había estado a su lado en todo momento y el vestido... el vestido era increíblemente precioso. no podía dejar de llorar de alegría mientras recorría el camino hacia el altar. como era tradición, los invitados hacían el pasillo para que los novios se acercaran al altar. él iba vestido de negro, ella de blanco y ello de azul. entonces, a la señal del maestro de ceremonias, el trío espongiforme corrió hacia el párroco, que no perdió la sonrisa mientras los novios lo devoraban usando dientes y garras hasta no dejar más que un giñapo sanguinolento sobre el suelo. la madre lloró de alegría y los invitados cantaron el vivan los novios ebrios de gozo

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