Cosas mías

Cuando era pequeño y todo el mundo era enorme y las calles y los coches y todo era gigantesco, yo, como supongo todo el mundo, era feliz. Después la cosa cambió. Conforme a uno se le estiran los huesos parece que también, teorizo, del tuétano va supurando una alergia vital que no se va hasta que yo qué sé o hasta que te mueres. Y no puedes hacer nada. Sí, a ver, que hay miles de cosas que suman, ya sabéis, pero eso sigue ahí, subcutáneo. Pero vamos, no me hagáis caso. Serán cosas mías.

3 comentarios:

Reb dijo...

Y cómo sabes que llegado a cierto punto (cuando los huesos dejan de estirarse) no recobrarás esa felicidad inicial? ¿No se supone que realizarnos nos hace felices?

MSalieri dijo...

Se supone... pero es mucho suponer.

Lara dijo...

Ese ánimo...