Bajo la cama guardo un recuerdo que no es mío. Lo sé, soy lo peor que ha parido madre, y lo confieso, lo robé. Y no me arrepiento, que es lo que más os hará enrojecer. Pero qué podía hacer si después de tantos años no tenía nada propio que mereciera la pena. Diréis que eso no se hace, que uno ha de aguantar con lo propio, aprender a vivir con uno mismo, levantar la mirada y comerse la vida con las ganas. Y yo os digo que son tonterías, que lo decís porque habéis tenido la suerte de tener lo que a mí me faltaba y que tanto me costó conseguir.
Mi recuerdo antes fue de un vendedor de ollas a presión. Hace cinco años pasó por casa y me enseñó las maravillas que su producto aportaba a la cocina de hoy en día. Con su pelo engominado y su sonrisa de anuncio desplegó mil técnicas de venta que me resbalaron una y otra vez, pero yo le hice creer que me tenía, que le compraría hasta los calzoncillos. Cuando se descuidó, le di con una olla en la cabeza y cayó inconsciente. A continuación sólo tuve que registrarlo un poco para encontrar el recuerdo. Cuando despertó estaba tan desubicado que no me costó echarlo a la calle. Nunca más volvió y su recuerdo ahora es mío. Y no me lo vais a quitar.
1 comentario:
¿Y lo guardas debajo de la cama?
Joer, ¿tanta falta te hacía un orinal?
Publicar un comentario