El regalo

El coche seguía allí cuando aquella noche volvió con su hermano Lucas. Era un ford fiesta morado, viejo como el mundo. Mira, cani, le dijo al chaval, aquí está tu regalo. El niño miró el coche con los ojos como platos. ¿Es... es para mí?, dijo el niño, tiritando y soltando una vaharada. Rober le había prometido una sorpresa por su decimocuarto cumpleaños y allí la tenía: un coche todo para él. El mayor de los hermanos se acercó a la puerta del conductor y hábilmente forzó la cerradura. Abrió la puerta y señaló el interior invitando así a entrar a Lucas. Allí dentro olía a tabaco, a campo y a frío invierno. El pequeño agarró el volante y lo movió a un lado y a otro, como si así el coche se tuviera que dar por enterado de que tenía que arrancar. Aparta, dijo Rober haciéndose sitio en el asiento del conductor. Acercó el asiento al volante, metió las manos bajo el volante y de un tiró arrancó una tapa de plástico. Entonces sacó unos cables y tras unos chasquidos el motor del coche respondió con un rugido tuberculoso. Todo tuyo, nen, dijo sonriendo, y se cambió con Lucas para que éste se hiciera con el volante. ¿Sabes cómo va, verdad?, preguntó sabiendo ya la respuesta, sí sí, Rober, respondió el cumpleañero, que metió primera, y aquello echó a andar.

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