Las rocas hablan. El otro día un amigo nos lo enseñó, aunque es cierto que algunos al principio no prestamos demasiada atención. Quizá en ese momento nos importaba poco si la roca nos hablaba o si decidía convertirse en un sandwich gigante de tomate, lechuga y pepinillo y ponerse a bailar una mazurca. No obstante, pusimos la oreja bien pegada a la roca siguiendo las precisas instrucciones de nuestro gurú. La roca fría y mohosa sobre la oreja caliente y roja. Casi quemaba.
Al principio la roca no dijo nada. Más tarde pensé que sí que estaba hablando pero que no podíamos oírla por el ruido de nuestras respiraciones agitadas, por el roce de la oreja sobre la superficie, por los comentarios que unos y otros hacían mientras la roca intentaba hacerse entender. Cuando nos fuimos callando, cuando nuestra respiración se relajó y pudimos concentrarnos en la roca, la escuchamos.
"Soy una roca, soy una roca, soy una roca, soy una roca... si tuviera piernas os patearía y saldría corriendo... si tuviera manos os aplastaría contra mis hermanas rocas... soy una roca, soy una roca, inerte, ciega, sorda y muda, y si me estáis oyendo es que habéis chupado las bolitas esas que hay en aquel arbusto que parece enebro pero que de enebro no tiene nada sino que es una rara variedad de, pum pum pum, ya ya, luuucy in the skyyyyy, y qué colores más bonitos tiene esa flor, ¿verdad?".
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