Tendemos a pensar en el futuro como algo tecnológicamente avanzado, un mundo sin enfermedades, donde vivimos cientos de años, navegamos entre las estrellas y siempre hay aparcamiento disponible allá donde vayamos. La perfección es a lo que queremos llegar y el paso del tiempo se nos antoja como el camino natural hacia ese clímax evolutivo. Guapos, altos, fuertes, sanos, inteligentes y bla bla bla.
Otros, los más agoreros, ven un futuro apocalíptico. Las guerras, los experimentos científicos descontrolados, la inercia autodestructiva del hombre, etc. llevan al mundo al caos, a la anarquía, a una regresión que nos obliga a movernos por impulsos de supervivencia, a guiarnos por nuestros instintos animales.
En resumen, que cada uno ve el futuro a su manera, y nadie sabe cómo será realmente. Bueno... nadie no. Yo lo sé, y no es por tirarme el pegote, que lo sé y de muy buena tinta. El futuro no será ese mundo evolucionado, pacífico e interestelar. Tampoco un desierto en el que los hombres matarán por conseguir unas latas de atún o de gasolina. Nada de eso. El futuro será como el presente pero mucho más caro.
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