La cita
Esperó sentado en el banco hasta que las farolas decidieron encenderse. La tarde se hacía noche antes sus ojos y el reloj lo confirmaba. A su lado, a lo largo de todas esas horas, le habían acompañado varios ancianos, una loca de las palomas y un par de madres con sus hijos revoltosos. Había leído el periódico de cabo a rabo y podía, si se lo proponía, decir de memoria la programación televisiva de todas las cadenas nacionales y de alguna local. A las dos, cuando llegó al parque, daban una de dibujos animados en la Uno, tenis en la Dos, un concurso en la Tres y un debate político en la Cuatro. Había llegado puntual, como siempre. Y ya eran las nueve. Regastó una vez más el reloj con la mirada, echó mano del móvil y volvió a dudar. No le había llamado para decir que no iba. Ni siquiera un mensaje anulando la cita. Buscó el nombre en la agenda y acarició nerviosamente el botón de llamada. Odiaba hacer eso. Llamar para escuchar una excusa que no le aclararía nada ni le borraría el enfado, la indignación, el cansancio y la desilusión de la cara. Si acaso serviría para agriarlo más. Cuando eliminó el contacto de la agenda del móvil en todas las cadenas daban informativos.
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