El mago
Saca la varita, de las de antes, negra con las puntas blancas, como las de Magia Borrás, y la agita delante de su público, sonrisa en la cara, gestos mil veces repetidos, golpea tres veces la chistera que descansa en la mesita de metacrilato, pac pac pac, y, mágicamente (no podía ser de otra manera), sale del sombrero un humeante plato de conejo al ajillo. El público rompe en aplausos. Se ve que hay hambre. Un hombre de la primera fila se levanta, ojos encendidos, sube de un salto al escenario y se abalanza sobre el plato sin que el mago pueda hacer nada por evitarlo. El resto del público se levanta de sus asientos para ver mejor lo que está pasando. El espontáneo se come el conejo con las manos, ávido, hasta dejar el plato limpio, se lo devuelve al mago y regresa a su asiento, calmado y sonriente. El público mira fijamente al artista, a la espera. La varita vuelve a golpear tres veces la chistera y otro plato de conejo al ajillo aparece de la nada. Los aplausos vienen ahora acompañados de vítores. Un segundo espectador, sentado al lado del ya saciado, corre al escenario y se zampa aquel manjar recién cocinado. El mago, que calcula que le quedan casi doscientas personas por alimentar, se arrepiente de no haber traído hoy la chistera grande. Siempre sonriente, repite su truco una y otra vez y se felicita interiormente por haber dejado programado el vídeo para grabar el partido de fútbol al que seguro ya no llega para ver en directo.
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1 comentario:
Jajajajajajajaja
De antología.
Sí que parece que había hambre, sí.
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