El ermitaño

La fabada ya estaba lista. Como siempre, la comió directamente de la lata. Afuera el cielo estaba gris. Llovería en pocos minutos. El hombre de la tienda había sido muy amable y había dejado el encargo al fondo de la cueva. Quiso darle las gracias pero llevaba meses sin hablar y cuando le salieron las palabras el hombre se alejaba montaña abajo. Por un momento pensó en su camino, el del hombre de vuelta al pueblo, donde la gente seguía con su vida mientras él se recluía en aquella penosa cueva. Cuánta gente habría vivido allí cuando las ciudades todavía no existían. Dejó la lata vacía en el suelo y buscó los folios entre la compra. Unas memorias, qué tontería, pensó con media sonrisa en la cara. Cómo escribir sus memorias si apenas recordaba nada que mereciera aparecer en ellas. La lluvia aprovechó ese pensamiento para bajar el telón.

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