Al final de la semana ya he gastado todo. La cuenta a cero y el armario lleno de macarrones que comeré un día y el siguiente hasta que acabe el mes. Con sal, aceite, ajo, otro día con cayena, otro con nuez moscada. Pasta y especias. Al final del mes ya estoy harto de pasta, la vomitaría toda si pudiera, y llega el nuevo sueldo, preludio de la semana feliz, la primera del mes, en la que comeré de todo, y el resto se irá en lo de siempre, fundido en las apuestas que nunca quiero fallar y que siempre pierdo.
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