Cuando la esperanza dejó de aparecer en el diccionario, llegaron los poetas del asombro. Si hubieran surgido unos años antes nadie les habría hecho caso. Llegaron cuando tenían que llegar, dijeron los cronistas, justo cuando a nadie le importaba ya nada, y unos días antes de que a alguien se le ocurriera decirlo en voz alta.
Atacaron al amanecer, aprovechando que la gente estaba dormida o atontada, con la guarda baja. Aparecieron con sus versos retorcidos y claros, martilleantes, sinceros, y sus sonrisas irónicas, y en pocas horas se hicieron con el control. Los pocos políticos que quedaban se rindieron, desarmada su prosa manipuladora por las hábiles fintas rítmicas de los poetas del asombro.
Fue un renacer. Otra historia después de la historia. Un aplauso general y un nuevo mundo. El del imperio de los poetas del asombro.
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