El viaje de la empanada

La empanada viajó cerca de 600 kilómetros en un maletero, envuelta en papel de aluminio. Como buena empanada (de carne) no hizo mucho caso a lo que sucedía a su alrededor. Tampoco es que pudiera ver mucho. Dentro de un maletero las vistas son bastante limitadas. Una maleta, unas botellas, alguna bolsa, y el acelerón y frenazo aleatorio de un viaje largo y algo caluroso. Quizá sí pudo notar, quizá, que algo en ella no iba bien. Lo hemos hablado largo y tendido y no hemos llegado a una conclusión que nos deje a todos satisfechos. Es probable, aventuramos, que la empanada sufriera un proceso de descomposición extrañamente rápido que la hiciera indigesta, o que llevara, sin saberlo, un virus que horas más tarde, ya en la noche del domingo, provocara los vómitos, el dolor, las prisas de madrugada hacia el ambulatorio en un taxi cualquiera. Pudo ser así. Cuando sepamos más sobre la causa, informaremos. Lo que nunca habría imaginado, la empanada, es que acabaría sus días parte en el sistema de tuberías y alcantarillado de la villa de Madrid, parte en la basura (orgánica; nota: quizá deberían poner otro contenedor para 'materia orgánica-tóxica'). En fin. Ella sufrió por la empanada. Yo me libré. Qué suertudo, pensaréis. Claro. Vi la empanada, toda ella suculenta sobre la mesa y decidí no comer... ¿Estáis de coña? ¿No comer 'yo' voluntariamente empanada de carne? Jamás. Si no comí empanada fue porque mi estómago estaba todavía fatal por... haber estado vomitando durante toda la noche del viernes, sufriendo la 'fiebre del sábado día' y posterior dieta de enfermo que todavía me tiene flojeando por la vida. Maldito virus.

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