La mujer de la ventana

Desde mi ventana veía a la mujer desnuda tumbada en el sofá; fumaba un cigarrillo y veía la fórmula 1 (yo fumaba y veía la fórmula 1, para que quede claro... ella no sé qué vería, creo que me miraba a mí pero soy miope, muy miope, y no me queda claro; quizá posaba la mirada en la ventana mientras pensaba en cualquier cosa y era cosa mía pensar que me miraba a mí). Aunque su posición general era horizontal (debido a la tradicional estructura del sofá) el cuadro luchaba por la verticalidad: el cigarrillo apuntaba hacia arriba para evitar que la ceniza manchara algo; el pelo caía y de tan largo casi llegaba a tocar el suelo; las tetas, paralelas al pelo, también querían tocar el suelo pero no tenían edad suficiente para tal hazaña. Si me quitaba las gafas la imagen, minimalista y borrosa, perdía realismo y ganaba en belleza. Imagino que se sabía observada. Uno no tiene las cortinas descorridas a esa hora y sigue pretendiendo mantenerse en el anonimato. Estaba claro que quería ser vista, o simplemente no le importaba. Un apunte: no todas las mujeres se acicalan el pubis. Esta vecina mía era muy natural y eso me gustaba. Alterné mi pobre atención matinal entre la carrera de la tele y el cuadro vivo nudista de la ventana esperando que sucediera algo en alguno de los dos espectáculos digno de aplaudir y cuando la carrera estaba a punto de terminar, sin pena ni gloria para mis pilotos favoritos, la mujer se levantó, con el cigarro en la mano (¿el décimo?), se acercó a la ventana, echó mano a la cinta de la persiana y, antes de bajar el telón, me miró (ahora sí, seguro) y me echó una sonrisa de despedida que me tuvo aplaudiendo todo el día.

1 comentario:

Lara dijo...

aplaudamos