la cola

el anciano salió a pasear, como cada mañana. pasó por el parque donde los niños imaginan que ya son mayores y donde los mayores recuerdan sus tiempos de niños. paseó por la alameda y se detuvo a charlar con el barbero, con la pescadera y con el afilador. en el bar pidió un pacharán y después tomó la calle mayor. al poco, vio la cola. una fila sin fin aparente ocupaba la acera izquierda y parecía dar hasta tres vueltas al edificio del Ministerio. toda aquella gente esperaba para cruzar la centenaria puerta de metal y hacer quién sabe qué trámite burocrático en las oficinas del Gobierno. se detuvo, asombrado, y se fijó en la gran variedad de personas que hacía cola. ancianos, jóvenes, hombres, mujeres, incluso algún niño esperaban pacientemente su turno.

junto a la puerta esperaba un funcionario. quizá harto de repetir siempre lo mismo, tomaba el impreso que cada miembro de la cola llevaba enrollado, doblado, encarpetado o simplemente agarrado, lo miraba, preguntaba algo que desde allí no se oía, y hacía pasar al hasta ese momento primero en la cola a una estancia alejada de la vista de todos. justo en ese momento le llegó el turno a un chico de unos dieciséis años. parecía nervioso y cuando el funcionario alargó la mano para coger su impreso, el chaval dio un paso atrás y se salió de la cola. atravesó las tres filas y se detuvo frente al anciano, lo miró y le dio el impreso, "no puedo", le dijo, y se fue corriendo calle abajo. el viejo lo siguió con la mirada hasta que el chico giró en una esquina y luego se concentró en el papel. lo leyó atentamente, varias veces y tras meditarlo unos segundos se dirigió al último puesto de la cola, con decisión y la solicitud de sucidio bien agarrada entre sus manos.

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