Sentado en la acera jugaba a colar chapas de cerveza por la alcantarilla. Una, dos, tres. Todas dentro. Menos la cuarta. Algo vibró que me despistó. La chapa fue a dar en la pierna de la kioskera, que venía de tomarse el cafelito. La gente se detuvo. Dejó de andar, dejó de hablar. Todo temblaba. Todos coincidieron en la sencuencia de gestos: sorpresa, incompresión, miedo, pánico contenido. Entonces un millar de hormigas grandes como camiones pasaron en fila por delante de donde yo estaba y, para qué mentir, a todos se nos fue la olla un poco.
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