Mi máquina del tiempo

Cada noche viajo en el tiempo, en mi máquina del tiempo, claro. Me meto en ella, cierro los ojos y al abrirlos han pasado unas horas, así, sin más, sin yo darme cuenta. Pero no siempre funciona. Anoche hice como siempre, me puse el pijama, me metí en mi máquina blanda a la vez que dura, y la activé (no tiene botones, todo lo hago con la mente). A los pocos segundos, o eso sentí yo, abrí los ojos esperando encontrarme transportado a las ocho de la mañana, como cada día. Miré el reloj que descaradamente marcaba las seis. Las seis de la mañana. ¿Cómo es posible? Pensé que quizá había activado mal el mecanismo. Repasé mentalmente cada uno de los pasos dados la noche antes y nada había que indicara un error mío. Entonces era la máquina, deduje. Encendí la luz y me levanté. Observé la cama por encima, por debajo, repasé con los dedos cada costura, cada muelle, cada arruga en la sábana bajera. Nada. Todo estaba como debía estar. Me puse la bata (gracias, mamá) y me hice un café. Durante dos horas intenté no gritar. A las ocho llamé por teléfono a Flex y les canté las cuarenta. Y genial: mañana viene el técnico, y si no la arregla, me la cambia por otra (todavía está en garantía).

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