Madrugón
Encendió el último que le quedaba y se lo fumó mientras esperaba. El humo se confundía con el vapor de su aliento contra el frío de la mañana. Algunas farolas encendidas suplían al sol, que todavía no había terminado de presentarse. Algún negocio cercano empezaba a subir la persiana con ese ruido metálico tan característico y los autobuses pasaban recogiendo gente para repartirla por toda la ciudad en sus lugares de trabajo. La puerta roja del edifico de enfrente se abrió y su amigo salió y le buscó con la mirada. El gesto al verlo fue mitad saludo, mitad maldición contra el frío. En pocas zancadas cruzó la calle e hizo el gesto de pedirle un cigarrillo. No me quedan, le dijo enseñándole la cajetilla que acababa de tirar al suelo. ¿Un café? y entraron en el bar en busca de calor, café y la siempre dispuesta máquina de tabaco.
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