Mujeres y hombres, gordos y flacos, jóvenes y viejos todos corrimos avenida arriba, sudando como nunca antes lo habíamos hecho. Corrimos todos respetando el juego limpio. Al menos los primeros veinte kilómetros. Los que llegamos a los últimos cinco, unos dos o trescientos mil olvidamos, obviamente, todas las normas de educación. Sería incapaz de reconocerme si me viera haciendo lo que llegué a hacer... A mi derecha corría un señor con traje y corbata. Como establecían las reglas llevaba el maletín en su mano derecha, acorde a su categoría. Su aspecto era desastroso, como el de todos. Alguno tenía la suerte de ir con ropas más cómodas, pero todo dependía, claro está, de la categoría en la que corriera. Yo, por ejemplo, corría con bermudas y chaclas. La ropa era cómoda, lo admito, pero las suelas de las sandalias estaban destrozadas y llevaba diez kilómetros corriendo con una medio colgando porque una de las tiras de piel se había ido rasgando con el rozamiento. El señor de la corbata tendría unos cincuenta años y, como casi todos los demás, andaba más que corría. Algunos kilómetros atrás un chaval con un aspecto similar al mío trató de hacerme caer en una fuente. La sorpresa fue parcial. Yo era su directo competidor y contaba con dejarme atrás. Inesperadamente para ambos, su empujón le salió fatal y acabó resbalando y doblándose el tobillo. No pude evitar sonreír. Con el hombre de la corbata no habría problema. Cada uno iba a lo suyo. Sólo a un par de kilómetros del final tuve que elegir entre mis convicciones y la victoria. Otro hombre de similar vestuario al mío, pantalones cortos y zapatillas, corría unos metros por delante. Lo pensé, pero no demasiado. Aceleré y justo cuando pasamos al lado de la fuente que casi me como varios kilómetros antes lo zancadilleé y lo mandé al agua.
Cuando alcanzamos la meta y se cumplió el tiempo límite las pantallas gigantes anunciaron el resultado: algo más de doscientos mil habíamos entrado dentro del tiempo; el resto, hasta los cinco millones, se habían quedado definitivamente sin trabajo.
2 comentarios:
dios qué angustia!
sip, ta la cosa mu malita.
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