Madrid, 6 de junio
Estoy desesperado, querido diario,
Y no sé para qué te cuento nada si sé que no puedes ayudarme. Que sí, que escribir me ayuda a pensar, a ordenar mis ideas, pero ahora mismo mi única idea es mandarlo todo a la mierda. Esta obra no tiene futuro. Hace unos días todo me parecía fácil, y ni de lejos.
Al día siguiente de publicar el anuncio empecé a recibir llamadas de candidatos para el papel protagonista. Estaba realmente emocionado. Creo que los mismos candidatos lo notaron. Me era imposible disimular mi estado de alegría infinita. De hecho el primer actor no hizo ni la prueba. Creo que al verme tan extasiado se asutó o pensó que todo era una broma. Mi representante me pidió calma y después de un rato llamándome al autocontrol seguimos con el cásting. A partir de ese momento todo fue en picado hacia el desastre. Buscamos un actor que sepa de medicina, a ser posible de cirugía, o un cirujano que pueda servirnos de actor. Pues bien, ni uno. Quince actores infumables, fracasos andantes, sin ni un solo conocimiento médico. Bueno, uno sabía hacer el boca a boca; y otro era donante de órganos y voluntario de la Cruz Roja, pero cuando le dijimos que intentara manejarse con el escalpelo con el muñeco que habíamos dispuesto sobre la camilla se mareó y tuvimos que llamar a una ambulancia porque el soponcio era de órdago. Y yo me fui con él, claro, porque al ser consciente de lo complicado de mi tarea pasé de la frustración a la histeria y al cuasi-infarto en cuestión de segundos.
Después del alta médica me he encerrado en casa. No quiero saber nada de nadie. Lo sé, es infantil. Tendría que haber sabido que esta obra iba a ser como ascender al Everest. Pero no sé, ahora no tengo fuerzas. Necesito plantearmelo de otra manera, pero no sé cómo.
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