Me saldrían las palabras; si ellas quieren; pueden organizarse, siempre a su manera, pero al mismo tiempo respetándome, siguiendo algunas directrices que les grito en la oscuridad (su oscuridad, pues la luz las distrae, las revuelve y consigue que signifiquen lo que no son y esa no es la idea, ni la mía, ni la suya), y a veces se dejan aconsejar y fluyen.
Fluir no es la palabra. Nunca han fluido en sentido estricto. Las ideas sí. Esas no necesitan demasiado para formarse y ganarse una personalidad. Las palabras, en cambio, son torpes por naturaleza. Son trozos arrugados de metal oxidado que pretenden formar imágenes, pensamientos, diálogos, luces, sensaciones. Es difícil hacer fluir el metal oxidado del que hablo. Sólo si lo fundes y le vuelves a dar vida. Pero para eso haría falta ser otro.
No fluyen, pero a veces encajan. Y eso ya es mucho. ¿Pero es suficiente?
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