Todo matrimonio se sella con las alianzas, hoy de oro. El origen y el significado del anillo matrimonial son objeto de amplias discusiones. Una escuela de pensamiento sostiene que el anillo moderno simboliza los grilletes que utilizaban los bárbaros para llevar a la novia a la vivienda de quien la había capturado.
La otra escuela de pensamiento se basa en los primeros aros que fueron intercambiados en una ceremonia nupcial.
La III dinastía del Imperio Antiguo egipcio fue la primera en utilizar un anillo para el dedo, sobre unos 4.800 años. Para los egipcios, el círculo, carente de principio y de final, significaba eternidad... y éste era, en cierto modo, el compromiso del matrimonio.
Los anillos de oro eran los que tenían en mayor estima los egipcios ricos, y más tarde los romanos. Se sabe que más de un joven romano de modestas posibilidades financieras se arruinó para complacer a su futura esposa. Tertuliano, un sacerdote cristiano que escribió en el siglo II, observó que “la mayoría de las mujeres nada saben acerca del oro, excepto el anillo de matrimonio que se les pone en el dedo”.
En público, la casada romana de clase media exhibía con orgullo su aro de oro, pero en su casa, según Tertuliano, “llevaba un anillo de hierro”. En siglos anteriores, el diseño de un anillo solía tener cierto significado. Algunos aros romanos ostentan una llave en miniatura soldada a ellos. Esta llave no significaba que la esposa tenía entrada al corazón de su marido, sino que, de acuerdo con la ley romana, más bien simbolizaba un contrato matrimonial: la esposa tenía derecho a la mitad de la fortuna de su marido, y podía, cuando quisiera, apropiarse de un saco de grano, una pieza de tela de lino o cualquier otro bien que hubiera en el almacén de su casa. Pasarían dos milenios antes de que esa costumbre tan civilizada volviera a imponerse.
Los antiguos hebreos colocaban el anillo nupcial en el índice. En la india, en el pulgar. La costumbre occidental de lucir el anillo nupcial en el “tercer” dedo —sin contar el pulgar— comenzó entre los griegos, debido a su especial clasificación anatómica. En el siglo III antes de Cristo, los médicos griegos creían que cierta vena, la “vena del amor”, iba desde el “tercer dedo” directamente al corazón. Este dedo, lógicamente, se convirtió en el más apto para llevar un anillo que simbolizara un asunto en el que intervenía el corazón. Los romanos, imitando las tablas anatómicas griegas, adoptaron sin reservas esta misma práctica. Lo que intentaron fue decidir con exactitud qué dedo era el tercero, y para ello introdujeron la aclaración “el dedo contiguo al último”. Éste se convirtió también en el “dedo sanador” de los médicos romanos, el utilizado para remover mezclas de medicamentos. Puesto que se suponía que la vena de este dedo llegaba hasta el corazón.
Los cristianos continuaron esta práctica, pero recorriendo la mano hasta llegar a la vena del amor. El novio colocaba primero el anillo en la punta del índice de la novia, con las palabras “en el nombre del Padre”. Continuaba con la fórmula “del Hijo”, al tiempo que trasladaba el anillo al dedo medio de su pareja y, finalmente, al concluir con “y el Espíritu Santo, amén”, lo pasaba al tercer dedo. Esto se conocía como “fórmula trinitaria”.
En Oriente, los anillos eran considerados objetos meramente ornamentales y desprovistos de todo simbolismo social o significado religioso, por lo que no importaba en qué dedos se lucieran.
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Por supuesto, en mi boda no habrá anillos... y no es por llevar la contra a los miles de años de costumbre casi universal al respecto. Es simplemente que, y esto es una confesión que jamás he hecho a nadie, me da cierta claustrofobia ponerme un anillo. No digo que me ponga a sudar y que por la ansiedad que me produce llegue a cortarme el dedo con tal de liberarme de tal prisión, no. Es simplemente que lo tengo comprobado: anillo que me pongo, anillo que se me atasca y luego hay que montar un verdadero show para sacarlo. Antes de ponerme un anillo, concluyo, prefiero tatuarme el dibujo de una alianza gigante en toda la calva.
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