Subidón

Habíamos reventado varios planetas con la prisa que te da el subidón de jinch. La materia salía disparada a nuestras espaldas, casi alcanzando nuestra nave. Notábamos, o eso creíamos, la deformación en el espacio-tiempo, la onda que tal destrucción provocaba, y reíamos, simplemente por reír, porque era lo que el cuerpo nos pedía. Dos, tres, seis, siete, no sé, muchos, eran muchos, planetas en su mayoría vacíos de vida. En su mayoría. Y nos daba igual. Es lo que te hace el jinch. Te crees indestructible y todo atisbo de conciencia, de moral, de freno desaparece. Eres pura energía, pura inercia destructiva. Aquella vez, la última vez, todo se desmadró. Saltamos varias galaxias, jugueteamos unas horas, y cuando más puestos íbamos encontramos un sistema que nos iba a dar mucho juego. En mi memoria, el planeta azul, porque era azul, eso lo recuerdo, es la imagen más fuerte, la que no puedo olvidar por más que lo desee. Cuando reventó, no podía parar de reír. Entonces miré la pantalla. Los datos estaban ahí varios minutos atrás. No los había leído. ¿Cómo iba a hacerlo? La euforia, el descontrol. El sistema de la nave informaba de varios miles de millones de formas de vida inteligente. Los pedazos de planeta hicieron su recorrido hacia el espacio mientras yo aceleraba la nave. Muchos siguieron la estela de mi nave. Todavía hoy los veo venir tras de mí.

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